martes, 25 de agosto de 2009

Donde y cómo bailan nuestros hijos


La FORMACIÓN DESPUÉS de la FORMACIÓN.

Dónde y Cómo bailan nuestros hijos.

Manuel Calviño


En mi trabajo como Psicólogo orientador es muy común encontrarme con padres (y madres) preocupados por lo que llamo el “modelo de consumo de ocio” de sus hijos. No es para menos. La preocupación se marca con una especial angustia cuando se trata del “consumo de nocturnidad”. Los nombres que escuchan los mayores les resultan preocupantes: “antro”, “discotek” y otros no menos sonoros. Fue bajo el influjo de estas preocupaciones que escribí el presente trabajo, que tengo en diversas versiones (todas variaciones sobre la misma esencia).


“Sábado al fin, terminé de estudiar ,me propongo un hermoso plan

que no deje sin repasar las canciones, el baile,

comer algo en la calle y después, por supuesto, amar”

Pablo Milanés


“LA NOCHE: paradigma del ocio libre”



La noche. Cómplice por excelencia de las cosas que necesitan grados de libertad mayor que aquellos de los que se disponen durante el día. Espacio para la fisura, para la disensión, para la ilegalidad. El inconsciente freudiano es nocturno: cuando las defensas bajan toma el mando y hace de las suyas. La noche es antónimo de transparencia, de claridad. Lo malo ocurre de noche. Para hacer “cosas malas” es mejor la noche. Cuando esta cuasiregla de la maldad se incumple escuchamos: “Pero por la mañana, así delante de todo el mundo” (no sean mal pensados, estoy hablando de un robo). La noche es también para lo bueno privado, para lo sacrílego deseado, para lo “bueno-malo”. Dice Serrat: “...al darles el sol la espalda revolotean las faldas bajo un manto de guirnaldas para que el cielo no vea...cae la noche y ya se van nuestras miserias a dormir”. La noche, menos para los serenos, es el tiempo de romper la rutina, de hacer lo distinto. La noche es mía, soy libre.

Para los adultos, la noche es el momento en que los pequeños duermen y entonces ellos (nosotros) pueden ver y hacer cosas prohibidas para los otros. La noche es sexo, violencia, lenguaje de adultos. En la noche se ven los programas que los adultos quieren ver (se elige entre football, la telenovela y algún filme). En la noche todo se puede, sobre todo porque la noche es “para nosotros” y transcurre en el espacio de nosotros: “en la casa”. Una buena noche necesita un buen lugar. La noche es el momento en que intentamos la primacía de lo privado por sobre lo social.

¿Pero y para los jóvenes? Para ellos también la noche es libertad. Se hacen rápido los deberes (o no se hacen) para tener la noche libre. La noche es la liberación de las obligaciones, de los deberes. El ello venciendo las represiones del superyo. “La noche...presenta una ciudad diferente, menos iluminada, acaso ofreciendo por ello mismo mayor privacidad, espacios protegidos de las miradas...el tiempo opuesto...el tiempo en que los padres duermen, los adultos duermen, duermen los patrones; los poderes que importan, los que controlan desde adentro están físicamente alejados, y con la conciencia menos vigilante, adormecida por el sueño” (Margulis M. 1994. p.15). En la noche se vive la ilusión de escapar a los mecanismos de control, al menos de aquellos que no son muy agradables. Es la libertad entendida como el hacer lo que me da la gana, un concepto de libertad distante del concepto de responsabilidad, de compromiso. Cercano al concepto de yo y lo mío.

La noche es una fiesta. Fiesta en aquél sentido en que Freud apuntaba: La fiesta es un exceso permitido y hasta ordenado, una violación solemne de una prohibición. Pero el exceso no depende del alegre estado de ánimo de los hombres, nacido de una prescripción determinada, sino que reposa en la naturaleza misma de la fiesta, y la alegría es producida por la libertad de realizar lo que en tiempos normales se halla rigurosamente prohibido. El modelo de nocturnidad en el ocio es LA FIESTA. La representación es la fiesta en la que se liberan del control. Entonces no es la fiesta en el sentido específico de reunión de amigos, por lo general en la casa de alguno de ellos, para bailar, conversar y enamorar. Este modelo no satisface la demanda. Las evidencias hablan por si solas. ¿Que quieren?: Quieren ausencia de adultos: “En mi casa no se puede, los viejos están este fin de semana”, “me llevas en el carro, pero me dejas en la esquina y te vas”. Para que la noche sea libre a los adultos solo se les permite la ausencia. Quieren su música. No hay frecuencias medias. Solo se pone lo que escucha el segmento etáreo. No hay balance participativo. Quieren atardar la noche – ya no es a las siete o las ocho, ahora es a las diez o las once. Mientras más tarde, más certeza de que “estamos solos”. La noche, el espacio del ocio, tiene entonces un modelo de nocturnidad, un paradigma de preferencias relativas. Las condiciones de base, insisto, están claras: No adultos. Permisividad (aumento de los grados de libertad. Normas específicas, distintas a las del día). Unidad etnocronológica. Pertenencia o asociación grupal directa (amigos directos o de amigos). Espacios de consensos valorativos (lugar notorio, de moda). Unidad de preferencias musicales y bailables (lo que se escucha, lo que se baila). Sobre esta base se aplica naturalmente, un modelo de pertenencia-exclusión. Se conforman los macrogrupos de la noche. Cada uno con su geografía propia, excluyente no por la fuerza, sino por el poder del discurso que instituye cada lugar geográfico.

Para los jóvenes, el modelo de nocturnidad es la fiesta. Y ese clima festivo, esa representación imaginaria de fiesta como desdoblamiento, apertura hacia sí mismo, ruptura de los rigores de la vigilia, necesita no solo de un tiempo propio, sino también de un espacio propio: ....la fantasía, la irrealidad, el distanciamiento de lo cotidiano que se incrementa con recursos y artificios en el interior de los locales: decoración, iluminación, centelleo de luces, intensidad de la música”.

Seccionemos, cual cirujanos expertos, en el lugar donde el cumplimiento de la previsión (el paradigma de nocturnidad) evidencia la necesidad de la operación (la acción educativa). Así como la noche es el tiempo propio, un espacio propio que cumple las exigencias de la noche es LA DISCOTECA.

"Nuestro tiempo... prefiere la imagen a la cosa, la copia al original,

la representación a la realidad, la apariencia al ser...

lo que es 'sagrado' para él no es sino la ilusión, pero lo que es profano es la verdad.

Mejor aún: lo sagrado aumenta a sus ojos a medida que disminuye la verdad y crece la ilusión,

hasta el punto de que el colmo de la ilusión es también para él el colmo de lo sagrado."

Ludwig Fuerbach


“LA DISCOTECA, paradigma de la noche”



En la cultura de la noche no dejan de estar presentes...la dinámica de la distinción, de la exclusión, de las jerarquías...” (Margulis M. 1994. p.17) Cada espacio geográfico va conformando su exigencia de identidad. Cada lugar invita a su constructor especializado. Lugar y sujeto van constituyendo una unidad indisoluble. Lo que escapa al sujeto es que en ocasiones el deviene sujeto sujetado. Los espacios no son solamente distintos por su escenografía y por su sonido prevaleciente. Los espacios definen sus formas de consumo y por tanto su consumidor. Y esto es válido, por cierto, para entender la cultura de la noche, o para entender el drama existencial del emigrante.

Siendo el constructor epistémico temporal la noche y la intención demandante la libertad (ya sabemos en que sentido), aparece entonces una diversidad de alternativas espaciales, de unidades discretas y discontinuas. Algunas cumplen más y otras menos las expectativas y exigencias de los jóvenes. Estas expectativas y exigencias no siempre son conscientes en tanto demandas, pero entran en un “mercado figurativo” que se asocia particularmente a lo aspiracional: el mercado de la moda, de la notoriedad, de “lo que está en onda”. Entre estas alternativas un lugar de prominencia lo ocupa LA DISCOTECA, expresión clara de esa dialéctica de tiempo, espacio y sujeto. Un psicoanalista amigo la define como “un gran vientre materno en el que los comunes se encuentran, se conocen, se juntan”.

No estoy seguro de que todos hayan estado en una discoteca (digo en su horario funcional y no para un chequeo de emulación). Tengo también razones para dudar que todos los que hayan estado se detuvieron a hacer un juicio argumental de la experiencia. Me tomo entonces la atribución de empezar el viaje. Permítanme, en clara adherencia a ciertos principios de la didáctica, hacer un poco de historia y brindar alguna información de interés.

La manifestación notoria de las discotecas se produjo en los estados unidos de Norteamérica, en la segunda mitad de los setenta. De unas 100 discotecas existentes antes del 76, en un año se alcanzó la cifra de 18,000 discotecas. La imagen dominante aparece en un film que hemos visto en Cuba “Saturday night fever” (Fiebre de sábado por la noche). El modelo inicial de discoteca aún cercano al de “Night Club” concebía un lugar de encuentro, donde bailar la música de moda y sentirse liberado de las exigencias de la rutina diaria.

Pero muy pronto la propuesta tomó matices distintos. En el debut de la década de los sesenta se había hecho bastante popular entre los jóvenes el consumo de LSD (droga cuyos efectos habían sido descubiertos en 1943 por Albert Hofmann mientras andaba de noche y en bicicleta por las calles de Basilea). La llamada “droga psicodélica” de Hofman, se convirtió en poderoso instrumento mediante el cual muchos jóvenes congregados alrededor de la cosmovisión del “Flower Power” encontraban una nueva forma de ser, de vivir, que los enajenaba de la malsana realidad, los convertía en autosegregados de aquella sociedad que rechazaban. El LSD era “un instrumento de liberación del individuo frente a la voracidad del sistema” decían los profesores de psicología Timothy Leary y Richard Alpert. Era un elemento de contradicción y actitud contestataria.

Lennon y McCartney cantaron su homenaje: Lucy in the Sky with Diamonds, dónde describen, poéticamente, la experiencia psicodélica:

Picture yourself in a boat on a river with tangerine trees and marmalade skies

Somebody calls you: you answer quite slowly, a girl with kaleidoscope eyes.

Cellophane flowers of yellow and green, towering over your head.

Look for the girl with the sun in her eyes and she’s gone”.

Lucy en el cielo con diamantes

Imagínate en un bote que va por un río con árboles naranja y un cielo de mermelada. Alguien te llama: tu respondes calmadamente, la muchacha con ojos de calidoscopio. Flores de celofán amarillas y verdes, elevándose como torres sobre tu cabeza. Busca a la muchacha con el sol en sus ojos y ella desaparece.

Probablemente allí nació “Imagine” producto de un reencauzamiento maduro de las tendencias de la llamada “década de oro”. El LSD no lo perdamos de vista, produce un estado de conciencia alterado. Psicodélico al parecer deriva del griego “psiké” y “deloun” y significa “algo que permite la manifestación de la mente, del espíritu, del alma” o también algo que produce “efectos profundos” sobre la naturaleza de la experiencia consciente.

A finales de los sesenta, se declara la ilegalidad del LSD. El flagelo de las drogas (obvio que hablo de las drogas ilegales) ya había comenzado su necrófilo ascenso en las filas de los jóvenes.

La experiencia psicodélica producida por el LSD, que hoy para muchos también tiene su representante en ciertos usos de las sofisticadas tecnologías de la realidad virtual, entra al mundo de las discotecas diseñando para estas la escenografía de la alucinante experiencia semionírica. En el año 1965 Bill Graham,uno de los más brillantes y exitosos promotores de Rock, compra un antiguo salón y monta un espectáculo con elementos sensuales y alucinatorios que creaban la atmósfera de del “viaje” producido por los efectos del LSD. Se proyectaban en el escenario y en las paredes todo tipo de “collages” luminosos y filmes eróticos, así como también pinturas “protoplasmáticas”, fotos animadas y luces negras. El “Fillmores East and West”, con capacidad para centenares de personas, conseguía un ambiente de interacción entre el público, la música y las bandas de Rock que allí tocaban, de modo que se creaba una suerte de gran familia. Era el número uno en San Francisco (la tierra de los hippies) . La psicodelia, un aglutinador social de los sesenta, asociada a un estado de alteración de la consciencia, irrumpe en el mundo del “mercado de consumo del ocio”. El sistema estaba dispuesto una vez más a “engullir” a su opositor convirtiéndolo en una pieza del juego.

Para 1978 es una tanto distinta la situación. El periódico norteamericano “Dayly News” caracteriza así lo que pasa en una discoteca: "Apartados unos de otros por una música ensordecedora, expuestos a una luz deslumbrante, los bailadores hacen todo lo que se les pasa por la cabeza, sin mirarse, y sin dirigirse la palabra en ningún momento, como si cada uno se moviera delante de un espejo gritando sin parar YO, YO, YO." No hay duda: LA DISCOTECA pretende ahora manipular una situación social del desarrollo, para no dejar de hablar a la usanza soviética vygotskiana.

A la noche, el tiempo para la liberación, para la ruptura de lo cotidiano diurno normativo, el tiempo para el encuentro con el otro propio, el otro uno mismo, con esa asociación a la fisura, al levantamiento de las prohibiciones, se le factura un modelo de nocturnidad construido para producir un sujeto sujetado, un sujeto de ese consumo, un sujeto con ilusión de trasgresor que en realidad no es más que un esclavo de la producción mediática comercial de los modos de consumo del ocio y en franca asociación con el “negocio de los negocios”: la droga. “Estas formas...de diversión son...experiencias psicodélicas...para inducir una situación en la que el individuo consiga replegarse sobre sí mismo...es una forma de goce juvenil indisociable de su significado filosófico-político, de la intención de llevar hasta las últimas consecuencias el ejercicio de la libertad individual y lograr una distancia crítica frente al medio concreto en que le toca vivir al sujeto(Gutiérrez I. 1994.p.115).

Para los noventa las cosas han cambiado aún más. La psicodelia era portadora de una postura sociopolítica, una visión contestataria y crítica de la sociedad, mística sin duda, hedonista es cierto, pero reivindicaba una contracultura juvenil frente a los modelos anquilosados, hipócritas e injustos del sistema capitalista. El discurso psicodélico era un camino fallido pero de una lucha con sentido liberador. La “drogodelia” (por permitirme un neologismo) de las discotecas de los noventa despolitiza la socialización de los sesenta, recrudece el individualismo, testimonia y defiende al consumo por el consumo. La Discoteca de los noventa es desarticulante, enajenante. Su modo de funcionamiento es la generación de un estado mental de “fuera de control personal” por medio del cual el discurso dominante se adueña del sujeto para convertirlo en consumidor y constructor de su ideario. La discoteca crea una situación en la que los sujetos están como aturdidos, poseídos “por un control externo”. De otro modo no serían capaces de soportar lo que allí sucede (Baigorri A. 1995). De la mano de la música de alto volumen y las luces de las discotecas – como ha observado Riccardo C. Gatti - aparece un aturdimiento y una alteración del estado mental... que ayudados por la aparición del estrés y la fatiga producidos por el ritmo y el baile continuo promueven un estado de agresividad placentero en el que el joven se siente aceptado por todos, sin relacionarse con ninguno... la alteración mental, es el acceso a un "rito" que no se realiza si no se inicia, pero que hecho esto, no puede contenerse en la mayor parte de los casos, creándose así una situación altamente incontenible.

Esta suerte de “vaciado conceptual” de las discotecas, que en realidad es una nueva forma de llenar el símbolo, y que genera un “estado de descontrol semionírico” cuenta para su consecución con cómplices situacionales, en la discoteca misma, perfectamente interrelacionados y diseñados: cuatro jinetes del Apocalipsis: El local, la música, el ruido y las luces. Referiré apenas un poco de cada uno.

El local es una suerte de “bunker” cerrado y oscuro que delimita radicalmente el “adentro” y el “afuera”. No son locales pensados para la intimidad individual ni de la pareja. Algunos creen que son espacios de socialización. No. El principio de construcción es otro: construcción de una masa, de una multitud. “La multitud – señala Rabaud – depende de una atracción exterior a los individuos...causada por un excitante externo” (citado por Sociedad Francesa de Filosofía. 1953. p.8484). La multitud supone apenas concomitancia y esta sujeta a su “excitante externo”. La multitud no piensa. La multitud reacciona, reproduce. Tiene un Dios y un profeta. La Música y el “DJ” (abreviatura de uso común para denominar al Disc Jockey). De paso la sobrecarga de CO2 por el encerramiento de la multitud, respirante y transpirante, ayuda sobremanera a ese estado de indiferenciación sueño-vigilia, realidad-ilusión tan típico de los estados alterados de consciencia.

La Música es la única parlante en la discoteca. Pero su parlamento es carente de contenido. Si algún diálogo fuera posible, el DJ se encargará de desvirtuarlo con ruidos electrónicos, mecánicos o vocales. La música tiene su protagonismo en una suerte de invasión de gran intensidad a nivel del cerebro del mismo modo que si lo estuvieran martillando. Casi inevitablemente aparece entonces un mecanismo de defensa para hacer frente a esta agresión continua: "desconectar”, con lo que la persona va perdiendo en situación sus capacidades intelectivas y por tanto disminuye sensiblemente el volumen y tipo de tareas a realizar. Ya Schopenhauer nos lo había adelantado: “la cantidad de ruido que uno puede soportar sin que le moleste, está en proporción inversa a su capacidad mental”. Por si solo el volumen de la música es capaz de acallar al pensamiento. El sujeto no puede no solo escuchar al otro, sino que no puede ni escucharse a sí mismo. Textos incoherentes y repetitivos vienen a poner cierre a esta función de “turn off” (apagado) del sujeto.

Sin Ruido no hay discoteca (de los noventa). Digo “ruido” no festinadamente: Los especialistas ubican en los 65-70 decibelios el límite máximo de tolerancia que soporta el oído humano. Solo por debajo este umbral se pueden escuchar sonidos integrados sin comprometer la funcionalidad del organismo. El “sonido” ambiental en muchas ciudades es hoy muy superior y es por esto que resulta molesto para el ser humano y se considera ruido. En magnitudes físicas se ubica alrededor de los 80 decibelios, nivel incluso dañino para el oído. Baste entonces decir que en las discotecas puede producirse hasta 120 decibelios. Se repite la fórmula: al no poder aguantar tanta sonoridad, el organismo “desconecta” las neuronas produciéndose una suerte de enajenación transitoria. ¿Por qué? y si no queremos dudar o cuestionar intenciones entonces preguntémonos: ¿ qué sucede con esto? La respuesta es más o menos conocida. El ruido ensordece: ensordece la audición, ensordece la consciencia, ensordece el alma.

Las luces son especialmente protagónicas. En una discoteca hay normalmente dos clases de luces. De una parte las llamadas luces psicodélicas: intermitentes, de todo tipo de colores (en Gran Bretaña han sido retiradas gran parte de ellas por provocar daños en la retina de las personas). “Esta iluminación estimula la fantasía, la magia, la irrealidad” (Chmiel S. 1994. p.178). Junto a estas, las luces estroboscópicas, que originan una alternancia de luz y de sombras. Dependiendo de la velocidad en la alternancia así será su efecto sobre las personas. Una alternancia de 5veces/segundo ocasiona una pérdida en el control sobre la visión a pocos centímetros de distancia. Aumentándola a 25/segundo ocasiona una perdida total de concentración por parte de una persona. Si la alternancia es superior a los 25/segundo ocasiona una falta de control sobre los actos de las personas. El juego de las luces descomponen movimiento y figura humana, creando una sensación real de caos. “Las luces ayudan a crear imágenes fragmentadas: nadie ve a los danzarines con nitidez, sólo advierte sus ropas, sus gestos, sus figuras o sus movimientos. Se trata de una secuencia de flashes que cada individuo debe conectar en su mente con otros bloques de imágenes semejantes si quiere construir una realidad más compleja que supere la parcialidad de estos recortes enceguecedores...las imágenes “pegan”, son plenas y, en consecuencia, anulan el pensamiento” (idem) La discoteca tiene que ser una situación en la que se nos precisa aturdidos, de otro modo no seríamos capaces de soportar lo que allí sucede (Baigorri A. 1995)

“Un amante del baile no se preguntará por qué baila.

Simplemente bailará entregándose

al estímulo de la música.

Lo hace porque le gusta y el placer

es razón incuestionable para hacer las cosas”

Rubén Padrón Astorga


EL BAILE, actor sospechoso”.


Un conocido musicólogo colombiano ha dicho: “Punto de encuentro entre lo privado y lo público, entre el cuerpo y la sociedad, el baile tiene una historia rica y compleja, acaso la historia sublimada de toda una comunidad” (Londoño C. 1995). Algo similar afirman Jaramillo LG y Murcia N: “Baile, es aquella parte que hace de la danza una realidad, en la cual una persona entra en su mundo. La danza al querer expresar un acto simbólico como el amor, la pasión, las costumbres o el modo de ser de un individuo o de una comunidad, lo hace por intermedio del baile o bailes”. (Jaramillo LG, Murcia N. 1998). El baile, y no se preocupen que no voy a historiar, ha sido siempre un acto intencional con un fin relacional-comunicativo. Es cierto que “no siempre se baila para comunicar algo en sí, sino que se puede bailar por alegría, diversión y desfogue de energía, siendo una práctica...en forma de juego (libre y espontáneamente)..., pero también se puede jugar con gran significación y no sólo por divertirse siendo a su vez, más extenso y holístico...el baile” (idem. 1998). Pero el baile en la noche alucinante de la discoteca ha roto con sus antecesores y sus similares.

Obvio que sin el baile la discoteca no existe. Tanto así que usualmente las capacidades para personas sentadas no llega ni a la cuarta parte de la capacidad total del recinto. El baile es el modo en que las personas entran en el juego de la discoteca, es imprescindible bailar para decir que se está en la discoteca. Pero la imprescindibilidad del baile no es promovida por una presión prosocial. Esta conduciría a un baile socializador. El secreto está en la intersección de los elementos que hemos descrito antes con un protagonismo especial de la música. En la Discoteca la música no se escucha, se siente. Ella presiona físicamente al cuerpo. La experiencia es comparable a la inmersión en el fondo marino: el agua no se ve, se siente. Y esto tiene un valor especial en la emergencia del baile. Veamos más de cerca el asunto con un lupa propia, psicológica. Tomemos al psicoanálisis de rehén, aunque bien podría ser toda la psicología de las emociones desde Thomas, pasando por Fraisse hasta Lazarus.

Me gusta mucho, desde la primera vez que lo leí el “Más allá del principio del placer” de Freud. Allí nos dice que “el curso de los procesos anímicos es regulado automáticamente por el principio del placer”. (Freud S. 1981. Tomo III. p. 2507). Los procesos anímicos tienen su origen en una tensión displacentera y su fin último, es la disminución de dicha tensión y el ahorro de displacer en la producción de placer. Placer y displacer se sustentan entonces en la cantidad de excitación presente en la vida anímica. El displacer es la elevación de dicha excitación y el placer la disminución. Como sabemos es el principio físico de la homeostásis. La e-moción, entendida como descarga desorganizadora organizada es un punto crítico (recordemos la noción de óptimum de motivación) en la trayectoria del comportamiento desde su eficiencia (organización, estabilidad, productividad) hasta su ineficiencia. Los excesos de tensión de no ser liberados producen stress. El propio Fito Paez, que solo por ser argentino es de suponer que ha sido psicoanalizado, hace su recomendación: “tira tu cable a tierra”. Las propuestas psicoterápicas son diversas en nuestro medio: “no cojas lucha” “desmaya eso” “no te sulfures” etc. Eliminación de los excesos de tensión. Este es el común denominador. La regla.

¿Qué pasa en la discoteca? En condiciones en que los niveles superiores de regulación son acallados por el ensordecedor componente alucinante que hemos descrito antes, el dispositivo físico primario se dispara. De este modo la acumulación de displacer encuentra su ruta de salida en una descarga física que por asociación asume el protagónico de placer. Un placer individual, narcicista, onanista. Esta descarga aumenta su potencial convulsivo en la medida en que el displacer aumenta, entiéndase en la medida en que la discoteca realiza su malsano juego, hasta hacer evidente explícita su esencia agresiva. La ininterrumpida sujeción a las estimulaciones productoras del displacer hace ininterrumpido el comportamiento consumatorio de la eliminación de dicha tensión. Su modo de articulación con el contexto es, precisamente, el baile.

El baile entonces, como describiera en su momento el maestro de maestros Diego González Martín, es un facilitador de estados de disociación producidos por la situación misma siendo su derivado natural. El discotero (otro neologismo para no variar) es llevado a un baile convulsivo para eliminar la tensión que lo lleva directamente a la estructura definitiva de su disociación. El baile no tiene una misión de sujeto. El baile no es el medio de (socializar, participar en un grupo, acercarse a otra persona, enmorar,etc), sino la exigencia endógena producida por un regulador exógeno. Ahora entendemos mejor la descripción del “Dayly News”: "Apartados unos de otros...los bailadores hacen todo lo que se les pasa por la cabeza, sin mirarse, y sin dirigirse la palabra en ningún momento, como si cada uno se moviera delante de un espejo gritando sin parar YO, YO, YO."

Si, contando con su tolerancia y paciencia, intentara establecer una unidad, un eje primario estructurante de todos los fenómenos aquí descritos bajo el análisis de los vínculos “ocio-nocturnidad-juventud-discoteca”, no dudaría un momento en decir enajenación. Recuerdo que por enajenar se entiende: “Pasar o traspasar a otro el dominio de una cosa o algún derecho sobre ella. Sacar a uno fuera de si; turbarle el uso de la razón o de los sentidos” (Diccionario Enciclopédico Ilustrado COSMOS). El sujeto expuesto a la sórdida imposición del discurso de la discoteca se torna individuo enajenado.

Esta enajenación se convierte en un productor de adicción que hace que el fenómeno se profundice y se prolongue. Es algo que nos se puede controlar, no se puede detener. Por solo citar un ejemplo, tomemos como referente la aparición del los “after hours”.Esta nueva modalidad de prolongación de la noche se esta imponiendo en nuestro hemisferio. Hoy los jóvenes...Después de una noche intensa, y con la intención de seguir saltando al ritmo del tecno, están en los after hours (o después de hora), lugares en los que es posible entrar pasada las cinco de la mañana y donde la música y la diversión no paran... Los lugares en que se puede seguir bailando más allá de la cuenta ...no se publicitan como otras discoteques... Como en cualquier discoteque, es la pista de baile donde arde la fiesta. Donde cada uno baila sin pensar en el resto... Existe una cercanía entre bailar hasta el amanecer y el uso de algún tipo de “ayuda extra”. Los incansables movimientos al bailar, las botellas de agua dan algunas pistas” (Muñoz L. 2002). Una vez más, la enajenación, la conversión del sujeto en sujeto-sujetado que descentraliza al jóven no solo de la sociedad y del grupo, sino incluso de sí mismo. El no decide qué hacer, sino que es compulsivamente arrojado a un hacer fuera de su control al que lo único que hace es someterse. Incluso el supuesto “gozo” deja de ser “su gozo”. No en balde Cris Novoselic músico del grupo “Nirvana”, cuyo cantante Kurt Cobain se suicidó, hizo una definición de lo que es la noche en esto lugares; dijo textualmente: “La vida nocturna es igual en todas partes: Cigarrillos, alcohol y mierda”.

Que tres elementos! Cigarrillos como para inundar la atmosfera de la asociación “humo–estado onírico” y darle un toque especial de insanidad. Alcohol para facilitar, reforzar y profundizar el estado alterado de consciencia. Por último “la mierda” en palabras del afamado rockero. Podemos darle su nombre propio: DROGA. “El alcohol no es el único exceso que se da en la noche y,desde luego, tampoco el que más debería preocupar.Las drogas son una realidad que cambia de manos rápidamente. Un chico grita a la entrada: «¡Cartones, farlopa, ácidos!», como una frutera en un mercado el lunes a la mañana. No se sabe bien si compra o vende..., de todas formas,informa lo que es posible encontrar en el corazón de la madrugada” (elcorreodigital.com). La droga es el discurso inmanente, latente de la discoteca, su expresión natural de producción de enajenación. La Discoteca es el santuario de la droga.

Es cierto que se consume droga fuera de las discotecas. Es cierto que el consumo de drogas es anterior a la explosión del fenómeno discoteca. Es cierto que no hay razón absoluta para decir que todos los que están en una discoteca consumen o están consumiendo droga. Pero el vínculo discoteca-droga goza de una compenetración sorprendente que no escapa a nadie. Si he sido lo suficientemente claro y convincente, ustedes estarán de acuerdo conmigo en que la discoteca es un comunicador publicitario de la droga, la convoca, la incita, la reproduce simbólicamente para promover su consumo. No es subliminalidad, es discurso evidente, dominante y omnipotente. La experiencia discoteca es similar en sus contornos a la experiencia consumo de droga. Justo su unidad es la producción de enajenación: la entrega del individuo a un modo de vida decadente, irresponsable, anestésico, en el que solo el existe y no por mucho tiempo.

Siempre llega el enanito, siempre oreja adentro...

apartando piedras de aquí basura de allá...

Siempre llega hasta el salón principal donde esta el motor que mueve la luz

y siempre allí hace su tarea mejor El Reparador de Sueños

Silvio Rodríguez

“EL BAILADOR CRITICO, una utopía realizable”

Nadie duda hoy de que el impacto mediático sobre la sociedad, la globalización, internet, demandan la formación de un “sujeto crítico”, un consumidor con capacidad reforzada de anticiparse a los efectos del discurso omnipotente sea este de la televisión, del cine, de la radio o de la red de redes. Debray R., apuntando a la realidad francesa, pero a mi juicio transferible en gran medida a otras realidades, señala que los valores asimilados hoy por los alumnos pasan por la televisión, la música, la radio, la moda, la publicidad, más que por la escuela y la familia” (Debray R. 1995.p. 85). Nosotros no estamos lejos de esta realidad. Nuestros jóvenes consumen televisión, cine, literatura, que incluso escapa a la programación nacional. Las telenovelas de moda en Miami, los inmundos “reality show” de verdaderas momias con más cicatrices de cirugía plástica que la novia de Frankestein, todo eso y mucho más llega a la sala de la casa de algunos de nuestros alumnos, se socializa, en algunos incluso se instala como aspiracional.

Pero al menos, en lo que a los grandes medios (radio, televisión, cine) se refiere, con presencia más discreta o más contundente, hemos avanzado en la formación de ese individuo a quien no hay que ocultarle algo para que “no sea contaminado”. Probablemente tenemos que agradecer al Cine, que no se conformó con un espectador de taquilla, sino que en su afán de diferenciarse como un arte, se involucró en la producción de un consumidor de ese arte. Es interesante, puesto solo sobre la base de una mirada de superficie, que en nuestro país se hace crítica de cine, crítica de televisión, crítica incluso a los espectáculos denominados como cultos y esto supone una acción de formación del “consumidor crítico”. Sin embargo, no existe crítica a los espectáculos por ejemplo de grandes concentraciones de bailadores (a no ser que suceda algo escandaloso), a discotecas, al mundo del “ocio por ocio”. No se habla de los espectáculos de mal gusto que inundan la madrugada habanera. Es como si el ser unidades aisladas y discretas les redujera importancia. Cuidado: el todo no es la suma de las partes, pero partes que se suman hacen un todo.

El “espectador crítico” es una realidad en formación. Parte de la noche esta parcialmente “fuera de peligro”, sobre todo la parte que está “para no salir de casa”. ¿Pero y el ocio de esa nocturnidad de la que hemos estado hablando?.

Ya he abusado bastante de su tolerancia, paciencia e insomnio. De modo que voy cerrando entonces con la esperanza de que si me han seguido hasta aquí, arribarán conmigo a las mismas conclusiones.

Defiendo la idea de un “bailador crítico”, una cultura crítica del ocio nocturno asociado a los grandes centros de recepción, concentración y diversión de los jóvenes. Allí hoy se juega buena parte de lo que tenemos que hacer en materia de formación y educación de las generaciones más jóvenes. Hasta allí tiene que llegar nuestra influencia educativa. Y obviamente no creo posible que sea abriendo aulas en las discotecas, ni limitando el acceso a las mismas a los jóvenes que tienen méritos sobresalientes. Mucho menos la solución está en satanizar dogmáticamente las discotecas y convertirlas en el “oscuro objeto del deseo”. Tampoco las llamadas actividades extracurriculares han de ser el único campo a dónde tenemos que apuntar intentando hacerlas más atractivas para “vencer a la competencia” (ellas son en realidad “semicurriculares”- se realizan bajo nuestra supervisión, en buena parte con nuestra presencia e inmbricadas en el discurso institucional). Si asumimos que educar es preparar hombres y mujeres para la vida, entonces estamos responsabilizados con ayudar a nuestros jóvenes a vivir creativamente su ocio. No dictaminarles un modo de consumir el ocio, sino educándoles para que el modo en que decidan hacerlo sea potenciador, al menos no obstaculizador, de su desarrollo como seres humanos. Nos corresponde a nosotros los educadores porque al fin y al cabo nuestra misión es sin duda alguna esa: “preparar hombres para la vida

Algunos piensan que el ocio, especialmente el ocio nocturno y que decir del baile, es como el placer: “pensarlo es echarlo a perder”. Es difícil concordar con esta idea en estos tiempos. Tomemos como rehén al SIDA: nada es más placer que el amor, que el sexo enamorado, y hoy necesitamos ser más que nunca “amantes críticos” pensar en la necesidad del uso del preservativo, ser más cuidadosos en la selección mutua de una pareja sexual, tener una actitud crítica ante la demanda y la aceptación de la propuesta sexual. El SIDA no tiene rostro pero si puede ser prevenido. La vida puede ser cualitativamente mejorada, puede ser prolongada, se puede multiplicar el placer de vivir y lo que se necesita para esto es una mirada preventiva. La prevención es la capacidad de situarnos en una posición crítica ante el consumo, en sus sentido más general.

Un “bailador crítico” no es mucho más que alguien que piensa en los caminos por los que conducir su consumo de nocturnidad, que pone en la distancia los modelos de consumo del ocio y decide en pro de su placer, de su felicidad en consistencia con su saber y sus argumentos de vida. Es un sujeto implicado con sus decisiones, que evalua qué, dónde, con quién, para qué, antes de ejecutar el primer pasillo, antes de llegar al salón. Se resiste a ser una marioneta de las pretensiones de otros y a participar de un juego que le arrebata su derecho a la opción. Sabe a dónde va y cómo regresará, sabe, al decir de Jean-Claude Carriere “lo que no se ve, lo que no se oye, lo que no esta”. Es crítico no para censurar, sino para seleccionar mejor y para definir los límites de su acercamiento a un modelo de consumo del ocio. Como todo acto humano el baile es intencional, no porque contenga una intención abstracta sino porque es intención de un sujeto: el bailador.

No es una utopía futurista lo que propongo. En alguna medida bailadores críticos” fueron nuestros ancestros, que separados de su tierra y de sus mujeres, hicieron del baile una forma de salvaguardar su identidad, sus valores y hacerlo con el placer al que se asocia la diversión y la comunicación interpersonal. “Bailadores críticos” fueron nuestros abuelos que hicieron del baile un instrumento legal para el delito de amar. Ellos sabían por qué, con quién y para qué bailaban, y disfrutaban el placentero ir y venir de los pasos cadenciosos de una danza donde el contacto cercano era la sustitución de la palabra por la poesía del cuerpo. No menos “bailadores críticos” fueron nuestros padres que se opusieron a la “prostibularización” del bolero y lo convirtieron en genuina expresión de lo que las palabras sin acompañamiento no lograban expresar, lo hicieron cómplice de la lucha contra sus prejuicios ganando el permiso para llorar y sufrir sin sentir vulnerabilizada su imagen. Digo más, “bailadores críticos” también fuimos nosotros que bailamos primero rock and roll y luego twist sin dejar de ser cubanos, alfabetizando, cortando caña, sembrando papas, desmistificando la paranoia del diversionismo ideológico, más allá de su verdadera contribución a la lucha ideológica. Hoy que Lennon se sienta tranquilamente en un parque del centro de La Habana tenemos que hacer saber que solo la lectura crítica de los modelos de ocio nos permiten una asimilación productiva, una internacionalización propia sin renuncias, un participar del mundo sin diluirnos ni ser subsumidos, un ser capaces de no tener que “cerrar” cuando arriba el sin remedio lo que puede estar “abierto” y ser otra razón más para la alegría.

Termino mi escrito llamando la atención sobre la necesidad de “una asimilación productiva, una internacionalización propia sin renuncias, un participar del mundo sin diluirnos ni ser subsumidos” y de “ser capaces de no tener que “cerrar” cuando arriba el sin remedio lo que puede estar “abierto” y ser otra razón más para la alegría”. No comparto en modo alguno el facilísimo de las decisiones por el principio del “se acabó porque aquí mando yo”. Tampoco las prácticas del “corte por lo sano” en ninguna de sus múltiples extensiones infelices. No quisiera tampoco que algún descendiente trasnochado del Papa Gregorio o del malsano administrador Torquemada tomara mis palabra como justificaciones conceptuales de la eliminación física de las discotecas. El camino no es la prohibición. La prohibición es un acto unilateral, no necesariamente comprensivo (ni comprensible). La prohibición no es una acción educativa. La irracionalidad es el sustento de tales estilos comportamentales. Yo, por el contrario, estoy abogando por la racionalidad, por el principio del análisis crítico productivo, por la generación de un consumidor racional y crítico, sin que renuncie al deseo, al gusto, al placer. La lucha contra el placer es una batalla perdida. El asunto no es de quitar, sino de dar. Dar otra alternativa.

La táctica del “bailador crítico” se inscribe en la estrategia general de la “diversión inteligente”. Es un llamado a la educación en el sentido más estricto del término. Pero, paralelamente habría que montar una estrategia de consumo o para ser más exacto, en una terminología que también forma parte de mi perfil profesional, una “estrategia de producto”. Es aquí entonces donde necesitamos pensar muy creativa y desprejuiciadamente. La tésis ya está definida: otra Discoteca es posible. El modelo de Discoteca que ha impuesto el sistema de consumo lidereado por “la drogodelia norteamericana” no tiene porque ser la única respuesta a necesidades y expectativas reales y loables de los jóvenes. Parafraseando una expresión de los tempranos setenta, de lo que se trata es de “vaciar el símbolo”. Construir nuestra alternativa.

Entonces el asunto es también de Educación. Educación de los que tienen que ver con la construcción de espacios para el ocio, para el divertimento, para el baile. Educación desde los proyectistas, los diseñadores de productos, hasta los que hacen el servicio en esos lugares. Un producto ofrecido, una discoteca por ejemplo, es un acto de comunicación humana y como tal es un conformador de imagen, de consumo, de recepción y por ende de receptor. Que aboguemos por un consumidor crítico no nos exime de una construcción crítica de nuestros productos. Insisto: Otra Discoteca es posible. Como no ha de serlo en este continente en el que los sueños a fuer de soñarse entre todos se van convirtiendo en realidades.

BIBILIOGRAFIA REFERIDA EN EL TEXTO

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